


Javier Milei dice gobiernar para todos, pero excluye a cuatro provincias: ¿federalismo o marketing político?
Opinion11/11/2025 Victor Tazo




En la Argentina de Javier Milei, el discurso de la libertad choca cada vez más con la práctica del sectarismo. El presidente que prometió gobernar “para los 47 millones de argentinos” decidió convocar a una cumbre con gobernadores… pero no con todos. Cuatro mandatarios provinciales —Axel Kicillof (Buenos Aires), Ricardo Quintela (La Rioja), Gildo Insfrán (Formosa) y Gustavo Melella (Tierra del Fuego)— fueron deliberadamente excluidos de la reunión en Casa Rosada. ¿La razón? No es explícita, pero el mensaje es claro: si no estás alineado con el dogma libertario, no tenés silla en la mesa.


El federalismo según Milei: selectivo y marketinero
La reunión en cuestión fue presentada como un gesto de apertura y diálogo institucional. Milei buscaba mostrar una imagen de gobernabilidad, rodeado de mandatarios “dialoguistas” para avanzar con su agenda de reformas. Pero la foto que tanto ansiaba quedó incompleta: dejó afuera a los gobernadores de las provincias que, casualmente, concentran una porción significativa del padrón electoral y que representan a sectores opositores con peso político real.
Axel Kicillof, gobernador de la provincia más poblada del país, no tardó en responder con una carta demoledora: “Las provincias que usted decidió no convocar representan a más del 40% de la población argentina. Y los gobernadores que las conducimos fuimos elegidos democráticamente, al igual que usted, para defender los intereses de nuestros pueblos”. La misiva, de cuatro páginas, no solo cuestiona la exclusión, sino que pone en evidencia la contradicción entre el discurso presidencial y sus actos.
¿Gobierno para todos o solo para los que aplauden?
Desde que asumió, Milei ha repetido como mantra que su gobierno no discrimina por ideología. “Gobierno para todos los argentinos”, dijo en cadena nacional. Pero la realidad muestra otra cosa: el presidente parece gobernar para los que lo votaron, para los que lo bancan en el Congreso, para los que no lo critican en público. El resto, al freezer.
La exclusión de Kicillof, Melella, Insfrán y Quintela no es un hecho aislado, parece ser parte de una estrategia más amplia de polarización y disciplinamiento político. El mensaje es: si no te alineás, no hay diálogo. Si no firmás el Pacto de Mayo, no hay fondos. Si no votás las leyes del Ejecutivo, no hay obra pública. Y si encima te animás a criticar, ni siquiera te invitan a la reunión.
Tierra del Fuego: el caso más grosero
La exclusión de Gustavo Melella, gobernador de Tierra del Fuego, es particularmente llamativa. No solo por la importancia geopolítica de la provincia —frontera austral, base estratégica, zona de soberanía— sino porque Milei ya había tenido un gesto de desprecio institucional durante su visita a Ushuaia, cuando evitó reunirse con autoridades locales y se rodeó únicamente de su tropa libertaria.
Melella, además, ha sido uno de los pocos gobernadores que se animó a cuestionar públicamente el desmantelamiento del Estado nacional en las provincias. Denunció el abandono de obras, el recorte de subsidios al transporte y la falta de diálogo con el Ejecutivo. ¿Resultado? Quedó fuera de la foto.
El doble estándar libertario
Mientras Milei excluye a gobernadores opositores por “no colaborar”, mantiene reuniones con otros mandatarios que también han votado en contra de sus proyectos, pero que no lo critican en público. El caso de Claudio Vidal (Santa Cruz) o de Martín Llaryora (Córdoba) es ilustrativo: ambos han tenido diferencias con el gobierno, pero fueron invitados. ¿Cuál es la diferencia? La actitud. El alineamiento. La disposición a no confrontar.
Diego Santilli, ex diputado del PRO y actual Ministro del Interior, lo dijo sin tapujos: “Kicillof quiere reunirse con el Presidente, pero le votó todo en contra. Me aturde su doble discurso”. Lo que no dice Santilli es que el doble discurso es del propio gobierno: pide diálogo, pero solo con los que no lo contradicen.
El federalismo como obstáculo
En el fondo, lo que molesta a Milei no es la oposición, sino el federalismo. Su visión de país es unitaria, verticalista, con el poder concentrado en la Casa Rosada y las provincias subordinadas a la lógica del ajuste. El federalismo, con sus tensiones y contrapoderes, es un estorbo para su modelo de gobierno.
Por eso, cuando Milei habla de “reordenar las cuentas” o de “terminar con la casta”, lo que en realidad está haciendo es recentralizar el poder. Eliminar transferencias discrecionales, cortar fondos a las provincias, desfinanciar universidades y hospitales públicos: todo forma parte de una estrategia de recentralización fiscal y política.
¿Y la institucionalidad?
La exclusión de gobernadores democráticamente electos no solo es un gesto político, también es un problema institucional. En un sistema federal, el presidente no puede elegir con quién dialoga según su conveniencia. Tiene la obligación constitucional de articular con todas las provincias, sin importar su color político.
Negarse a convocar a cuatro gobernadores por razones ideológicas es, en los hechos, una forma de discriminación institucional. Es desconocer la legitimidad de esos mandatarios y, por extensión, de los millones de ciudadanos que los eligieron, en definitiva, una forma de autoritarismo.
El riesgo de la burbuja
Al rodearse solo de aliados, Milei corre el riesgo de encerrarse en una burbuja. Una burbuja donde todo es aplauso, donde no hay disenso, donde las malas noticias no llegan. Esa burbuja puede ser cómoda, pero es peligrosa. Porque la realidad, tarde o temprano, golpea la puerta.
La Argentina necesita diálogo, no trincheras. Necesita acuerdos, no exclusiones. Necesita un presidente que escuche, no que castigue. Y necesita, sobre todo, un federalismo real, no uno de cartón.
Gobernar no es hacer casting
La política no es un club de fans. Gobernar no es hacer casting de aliados. Y el federalismo no es optativo. Si Milei quiere ser el presidente de todos los argentinos, tiene que empezar por actuar como tal. Convocar a los gobernadores que piensan distinto no es un gesto de debilidad, es una obligación democrática.
Porque si el presidente solo gobierna para los que lo aplauden, entonces no gobierna para todos. Gobierna para sí mismo. Y eso, en una república, es inaceptable.
Por lo menos, así lo veo yo...




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