Chile se expande y complica la producción argentina

Actualidad11/11/2025
Cerezas

 La dinámica del comercio internacional de cerezas mutó y complica la producción de esa fruta en Argentina. La ofensiva comercial de Chile no solo acaparó el mercado de China sino que ahora se extiende a Estados Unidos, Europa y Medio Oriente, donde los volúmenes han crecido -dependiendo del destino- entre un 400% y un 1000% respecto del mismo período del año pasado.

Así, cambia el mapa del hemisferio sur. El aumento explosivo de la oferta chilena, que ingresa con precios agresivos y una logística más aceitada, genera una presión directa sobre los valores internacionales justo en el momento en que los primeros envíos argentinos comienzan a salir al mundo.

La competencia, que hasta hace pocos años se libraba casi exclusivamente en los tiempos de llegada a China, hoy se traslada a mercados donde Argentina intentaba ganar espacio con calidad y nichos diferenciados. Pero esa ventana se está estrechando rápidamente.

Una competencia estructuralmente desigual

El primer elemento que explica la tensión actual es la asimetría estructural entre ambas industrias. Chile cuenta con una cadena frutícola más integrada, una logística portuaria consolidada y una capacidad de planificación que le permite colocar volúmenes significativos con anticipación. A diferencia de Argentina, que depende casi exclusivamente del transporte aéreo para ganar precocidad, el modelo chileno se apoya en un sistema aéreo y marítimo ágil y eficiente, respaldado por puertos especializados y acuerdos comerciales estables.

Esto se traduce en una ventaja competitiva evidente: mientras Chile puede abastecer los mercados internacionales en grandes volúmenes y con costos más bajos, Argentina se ve forzada a concentrar sus envíos en las primeras semanas de la temporada, antes de que el flujo marítimo chileno alcance su pico. Una vez que eso ocurre —generalmente a partir de mediados de diciembre— el margen de maniobra argentino se reduce a la mínima expresión. De hecho, en enero y febrero prácticamente cesan, por ejemplo, los embarques nacionales hacia China, donde la fruta chilena domina de manera absoluta.

En ese contexto, la estrategia argentina se centra en aprovechar la breve ventana de oportunidad en la que los envíos chilenos son aún aéreos y la oferta internacional todavía no está saturada. Pero esa franja temporal se acorta año a año, en paralelo con la expansión geográfica y varietal del vecino país.

Calidad en disputa y un mercado “ensuciado”

Un dato llamativo de esta campaña temprana es que la fruta chilena inicial ha mostrado en algunas partidas problemas de calidad. Recibidores chinos, asesores técnicos y operadores de mercado coinciden en que parte de las cajas provenientes de invernaderos presentaron deficiencias en firmeza y color. Las cerezas salieron al mercado con un grado de madurez insuficiente, producto de una estrategia apresurada por ganar precocidad. “Algunas no se vendían o quedaban en consignación”, señalan fuentes comerciales en Shanghái y Hong Kong.

El efecto inmediato fue un deterioro de precios y una pérdida de confianza de los compradores, particularmente en variedades como Nimba, cuya cotización cayó de forma abrupta respecto de la temporada pasada. En palabras de un exportador argentino con experiencia en China, “Chile salió antes, pero salió mal, y eso ensució el mercado para todos”.

Sin embargo, el alivio que este tropiezo podría representar para los competidores es meramente transitorio. Los analistas coinciden en que la fortaleza estructural de Chile —sustentada en volumen, escala y diversificación— le permite absorber ese tipo de errores sin perder protagonismo. Incluso si se confirma una merma de producción superior al 10%, como sugieren algunas fuentes oficiosas, el peso chileno sigue siendo determinante para los precios internacionales.

Una ofensiva más allá de China

Lo que distingue a esta temporada no es solo el crecimiento cuantitativo de las exportaciones chilenas, sino su diversificación geográfica. En la semana 44, los envíos totales crecieron en promedio más del 300% respecto de la anterior, y la tendencia se mantiene al alza. Pero lo verdaderamente relevante es que el aumento no se concentró en China —como en años previos—, sino que se extendió a Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido y Europa continental.

En Europa, por ejemplo, el incremento interanual fue cercano al 1000%, alcanzando las 120 toneladas en una sola semana. Este movimiento no es casual: responde a una estrategia deliberada de desconcentración del riesgo por parte de Chile, que busca reducir su dependencia del mercado chino tras varios episodios de sobreoferta y volatilidad de precios en ese destino.

Para los productores argentinos, este desplazamiento de la ofensiva chilena implica un golpe directo a los pocos mercados alternativos que todavía ofrecían márgenes razonables. Europa, Medio Oriente o América del Norte eran hasta ahora las plazas donde la cereza argentina podía competir mediante diferenciación y calidad. Pero la llegada masiva de fruta chilena —incluida aquella de menor calibre o calidad que no puede colocarse en China— amenaza con saturar también esos espacios.

El resultado, según un referente del sector, es una “competencia desleal de hecho”: Chile logra colocar excedentes a precios de liquidación en mercados secundarios, forzando una baja general de valores y dificultando la rentabilidad argentina. “Es imposible competir cuando el otro tiene escala, subsidios logísticos y acceso prioritario a las cadenas de distribución global”, resume un exportador patagónico.

Variedades, logística y nichos: la delgada línea de la diferenciación

En medio de este escenario adverso, algunos especialistas señalan que la clave para la supervivencia argentina está en la calidad varietal y la logística de precisión. Según los informes técnicos, solo dos variedades de Chile —Black Rock y Santina— han logrado mantener cotizaciones aceptables, gracias a su firmeza y buena adaptación al transporte aéreo. En particular, la Santina proveniente de invernaderos y la Black Rock cultivada a campo abierto han mostrado comportamientos estables, lo que las posiciona como opciones estratégicas para las exportaciones tempranas.

Sin embargo, el desafío no es menor. Argentina enfrenta limitaciones estructurales que restringen su capacidad de expansión: altos costos logísticos, infraestructura insuficiente, falta de integración entre regiones productoras y escasa coordinación entre el sector privado y el Estado. Los primeros embarques de la temporada —salidos desde Chimpay y Roca hacia Europa, Medio Oriente y China— son una muestra de esfuerzo y adaptación, pero resultan insuficientes frente a la magnitud del flujo chileno.

El productor argentino depende hoy casi exclusivamente de la oportunidad y del nicho. Su ventaja comparativa reside en la posibilidad de ofrecer fruta de alta calidad, con atributos diferenciados y una trazabilidad confiable. Pero ese modelo requiere una planificación rigurosa, una logística sin fisuras y un apoyo institucional que, hasta el momento, no se ha materializado.

Un mercado en tensión y sin refugio

Los interlocutores del sector coinciden en un diagnóstico crudo: si sigue así el mercado “se va a hacer pelota por todos lados”. La frase resume la percepción generalizada de que el exceso de oferta, la baja en los precios, la entrada de fruta chilena de bajo costo y la falta de una respuesta articulada por parte del Estado conforman una tormenta perfecta para la cereza argentina.

Chile demuestra una expansión sostenida, aunque no exenta de desorden y heterogeneidad en la calidad. Su fuerza radica en la escala, la anticipación y la capacidad de asumir riesgos. Argentina, en cambio, intenta sostener competitividad sobre la base de calidad y temporalidad, pero con márgenes cada vez más angostos. El escenario actual no solo refleja una crisis coyuntural, sino también las carencias estructurales de un sistema productivo que no logra consolidar una estrategia de largo plazo.

Entre la autocrítica y la búsqueda de respuestas

Aun en medio de la preocupación, surgen voces que llaman a la autocrítica. Algunos exportadores reconocen que parte de la solución debe provenir de una mejora interna: fortalecer los controles de calidad, coordinar la salida de embarques, segmentar mercados con mayor inteligencia y apostar a una marca país asociada a la excelencia. En un contexto global de sobreoferta, la diferenciación y la gestión eficiente son los únicos caminos posibles para sostener precios razonables.

El desafío, por tanto, no es solo competir con Chile, sino profundizar -y si es necesario redefinir- el modelo de exportación argentina. Mientras el país vecino avanza con políticas estables, inversión tecnológica y una estrategia unificada de promoción internacional, Argentina sigue operando con fragmentación, incertidumbre cambiaria y ausencia de mecanismos de apalancamiento comercial.

La cereza se convierte así en un espejo de la economía frutícola nacional: un sector con enorme potencial, pero atrapado en las limitaciones estructurales de su entorno y de los modelos político-económicos de los últimos años.

Un punto de inflexión

La temporada 2025 podría marcar un punto de inflexión para la cereza argentina. Por un lado, evidencia la madurez y agresividad del modelo chileno, que expande fronteras y redefine mercados. Por otro, obliga a Argentina a revisar sus estrategias y asumir que la competencia ya no se limita al calendario ni a la calidad intrínseca de la fruta, sino a una carrera global por eficiencia, logística y posicionamiento.

La frase final de un exportador resume el sentimiento general: “No se trata solo de producir buena fruta; se trata de llegar antes, llegar bien y llegar con respaldo. Hoy Chile, con otros errores por resolver, lo hace. Nosotros todavía estamos aprendiendo cómo hacerlo”.

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