







El peronismo atraviesa la peor crisis de representatividad de su historia. No es exageración ni slogan opositor: es la constatación de una realidad que se palpa en las urnas, en las calles y hasta en los pasillos del propio movimiento. La fuerza que durante décadas fue sinónimo de poder, aparato e identidad popular hoy parece un gigante desorientado, incapaz de articular un relato que convoque y de ofrecer liderazgos que entusiasmen.


El poblema no es solo electoral. Es cultural, simbólico, estructural. El peronismo ya no logra ser el paraguas que cobija a las mayorías. Su discurso se volvió repetitivo, sus gestos anacrónicos y sus internas más visibles que sus propuestas. Lo que antes era una maquinaria aceitada de representación social hoy se percibe como un club cerrado, más preocupado por sus disputas internas que por las demandas de la ciudadanía.
La pregunta es brutal: ¿qué representa hoy el peronismo?
Porque si la respuesta es apenas la defensa de cargos, cajas y privilegios, entonces el ciclo está agotado.
Las últimas elecciones dejaron en claro que la sociedad ya no compra el relato clásico. El voto joven, urbano y desencantado se fue por otros carriles. El voto popular, históricamente peronista, se fragmentó. Y el voto de clase media, que alguna vez confió en el movimiento como garante de estabilidad, hoy lo ve como parte del problema.
La crisis de representatividad no es un accidente: es el resultado de años de promesas incumplidas, de gestiones que no resolvieron lo básico —inflación, empleo, seguridad— y de una dirigencia que se refugió en la épica del pasado mientras el presente se desmoronaba.
Un cambio de ciclo inevitable?
La política argentina parece estar entrando en un cambio de ciclo. Así como el radicalismo perdió centralidad en los 90, el peronismo corre el riesgo de convertirse en un actor secundario, más testimonial que decisivo. La sociedad reclama nuevas narrativas, nuevos liderazgos, nuevas formas de hacer política. Y el peronismo, atrapado en su laberinto, no logra ofrecer nada de eso.
El dilema es claro: o se reinventa, o se resigna a ser oposición crónica, porque reinventarse implica mucho más que cambiar nombres o slogans. Implica revisar prácticas, democratizar estructuras, abrirse a la crítica y aceptar que el poder ya no es eterno.
Es el fin de una épica o puede agiornarse?
El peronismo siempre se sostuvo en la épica: la justicia social, la defensa de los humildes, la construcción de un Estado fuerte. Hoy esa épica suena vacía. No porque esos valores hayan perdido vigencia, sino porque quienes los enarbolan no logran traducirlos en políticas concretas. La distancia entre discurso y realidad es tan grande que la palabra “peronismo” ya no garantiza credibilidad.
La épica de Perón y Evita, la resistencia de los 60, el regreso del 73, el relato kirchnerista de los 2000: todas fueron narrativas que conectaron con la sociedad. Hoy, en cambio, el movimiento parece repetir consignas sin alma, incapaz de generar entusiasmo.
Una puerta abierta, pero quien tiene la llave?
La crisis del peronismo abre una puerta para la política argentina: la posibilidad de un recambio profundo. Nuevos actores, nuevas fuerzas, nuevas ideas empiezan a ocupar el espacio que el peronismo deja vacante. Y eso, lejos de ser un problema, puede ser una oportunidad para la democracia. Porque ningún sistema político se fortalece con hegemonías eternas. Se fortalece con alternancia, con competencia real, con diversidad.
El radicalismo ya vivió su ocaso en los 90. El peronismo puede estar transitando el suyo ahora. La pregunta es si logrará reinventarse, como tantas veces lo hizo, o si quedará reducido a un recuerdo, un mito, una épica que ya no convence.
El peronismo enfrenta su peor crisis de representatividad. Pero no es la primera vez que se enfrenta a un abismo. La diferencia es que hoy la sociedad parece menos dispuesta a esperar una reinvención y más inclinada a buscar alternativas.
El cambio de ciclo está en marcha. La pregunta es si el peronismo será parte de él o quedará como un actor secundario, condenado a mirar desde afuera cómo se escribe la nueva historia política argentina.
Por lo menos, así lo veo yo...




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